Me siento en el escalón que da hacia la puerta del piso y empiezo a observar a mi alrededor. Ahora veo muchas cosas, aunque antes nunca me había parado a mirar lo que me rodea. En frente pasan diferentes coches: nuevos y viejos. A mi izquierda, veo a unos cincuenta pasos a un hombre abrazando a alguien, primero pienso que es su novia, pero resulta que besaba en la mejilla a su hijo pequeño. Miro a la derecha y veo a un hombre de unos cuarenta años, o a lo mejor menos, pero va triste con una carpeta en la mano, y por un momento pienso que es soltero, aunque no se el por qué de mi pensamiento. Varios chicos de unos dieciséis años pasan a mi lado y ríen. Dos hombres pasan y se paran justo en el mismo portal en el que estoy sentada. Uno de ellos sube al escalón en el que estoy sentada y empieza a mirar el telefonillo, pero yo no muevo ni un músculo: hago como si no hubiera nadie y sigo comiendo pipas. Los dos chicos adolescentes de antes vuelven a pasar, pero esta vez en dirección contraria; en estos momentos pienso que hay gente como ellos que quieren ser el centro de la atención, pero yo saco el móvil y subo el volumen de la música y los chicos se van. Me levanto y voy al paso de peatones para irme, aunque los coches ya se han parado en el semáforo, todavía no puedo pasar porque el semáforo para las personas sigue en rojo. Aunque me da igual, empiezo a andar y un coche que venía del otro lado no me deja pasar y se detiene delante de mí y me señala el semáforo que todavía está en rojo gritando algo, y justo en ese momento aparece el color verde en el muñequito que señala que podemos empezar a pasar, vuelvo a mirar el hombre y le señalo el semáforo ya en verde con una gran sonrisa de ganadora (I’m the winner).